Más allá de frases patrióticas que ponen el acento en un supuesto México unido ante la catástrofe, la enorme y aplaudida solidaridad ciudadana en los días posteriores al terremoto del 19 de septiembre evidencia que la ciudadanía está desamparada por parte del gobierno.

En el programa La Mudanza que sostiene cada noche de sábado el periodista Ricardo Alemán, este entrevistó a Laura Gurza, ex Coordinadora General de Protección Civil. Alemán, creo, ofrecía el micrófono para exponer la fragilidad gubernamental en materia de protección civil. Si con las inundaciones de hace algunos días me quedaba claro que no había una idea eficaz de cómo abordar situaciones de emergencia, mucho menos una política pública al respecto, la declaración de la ex funcionaria me dejó más convencida de ello.

Alemán tocó temas importantes: el conocimiento sobre el desastre, la capacitación ciudadana a través del gobierno, los protocolos gubernamentales y ciudadanos para cubrir la emergencia antes, durante y después de la misma (no solo a nivel material sino también a nivel psicológico), la información/desinformación en las redes sociales, entre otros. La ex funcionaria dio respuestas generales que no obstante demostraron ideas sobre qué faltaba por hacer. Y eso fue lo que más me llamó la atención. Parecía que había alguna idea vaga de qué hacer para proteger a la gente de esta ciudad ante eventuales catástrofes como la sufrida el pasado 19 de septiembre, pero una cosa era evidente: no se sabía a ciencia cierta cómo, y lo peor: todo estaba por hacer. Nada de lo dicho se había hecho. No hasta el momento. Solidaridad ciudadana versus fragilidad de las autoridades.

Esa efervescencia guarda en su base la creencia, y me parece que también la certeza, de que la ciudadanía está desamparada.

El desborde de la ciudadanía en su solidaridad ante las pérdidas de vidas y daños materiales sufridos, intentando desesperadamente salvar a cuantas personas y animales se pudiera, o bien ayudando con información verídica e importante, acopiando y llevando de un lado a otro víveres, agua, pañales, medicamentos, material de curación, ropa, cobijas, clavos, polines, palas y picos, entre otras cosas, tiene a mi modo de ver una causa sociopolítica profunda: la convicción de que sólo entre ciudadanos se puede confiar. Fuimos los ciudadanos los que estuvimos en la primera línea de ayuda desde el primer momento, los rescatistas voluntarios profesionales y no profesionales, muchos de ellos en su primera vez; la gente dio lo que tenía con un altruismo para mí nunca antes visto en ningún lugar. Pero esa efervescencia guarda en su base la creencia, y me parece que también la certeza, de que la ciudadanía está desamparada.
El enojo es grande y el trauma psicológico, tanto a nivel individual como social, también. ¿Cómo es posible que en un país tan sísmico, al que atraviesan cinco placas tectónicas, como bien dijo la ex funcionaria, no haya un protocolo claro y eficiente de protección civil? ¿Para qué sirve el gobierno entonces si no es capaz de garantizar, ya no la seguridad en las innumerables construcciones que han proliferado en la Ciudad de México a través de actos rampantes de corrupción, codicia y valemadrismo, sino la organización civil ante una emergencia de estas magnitudes? ¿Para qué sirve un gobierno al que los ciudadanos parecemos no importarle, en el que no hay responsabilidad ni siquiera para tener lista una infraestructura eficiente y eficaz tanto para el rápido despliegue de personal capacitado para las tareas de rescate, como para el acopio y distribución de recursos de todo tipo, servicios de información, etc.?

¿Deberíamos tener los ciudadanos en casa una máquina de detección térmica, polines de una medida específica, barras de acero, motosierras, wakie-talkies?

Uno de los sentimientos más terribles que me ha inundado en estos días de tristeza, desconcierto y desesperación tiene que ver con la petición de ayuda por parte de ciudadanos pendientes de otros para buscar y llevar a los lugares necesitados material especializado. Y si la ayuda se pedía en la madrugada, peor. Y pensaba mientras rumiaba mi frustración que era el gobierno el responsable de ello. ¿Deberíamos tener los ciudadanos en casa una máquina de detección térmica, polines de una medida específica, barras de acero, motosierras, wakie-talkies? ¿No debería comprar esto el gobierno y tenerlo en reserva de forma suficiente para desplegar esos recursos de manera eficaz y eficientemente ante eventos de esta naturaleza? Eso sin contar con el reality show de Frida Sofía en el Colegio Rébsamen que sólo se explica con la anuencia o ausencia o ineficacia (cualquiera es peor que la otra) del gobierno federal y local; la Marina en este caso que cargó con la mea culpa del asunto.

La fragilidad gubernamental ha sido patente. ¿Y los comités vecinales? ¿Y las redes sociales del gobierno? ¿Y las políticas públicas en materia de protección civil? Son muchos los testimonios de gente que ha ayudado y que han visto sus esfuerzos mermados, disminuidos, cancelados incluso, por la insensibilidad y avaricia política de los políticos y las dependencias de los gobiernos a nivel federal, estatal, municipal, los partidos incluidos, que se han aprovechado de las iniciativas ciudadanas para colgarse el cartelito de héroes, después de no hacer casi nada.

Han sido los jóvenes los que han paleado escombros hasta el cansancio, hombro con hombro con otras mujeres y hombres de todas las edades; cada quien apoyando como puede, borrando las diferencias sociales, de género, las etáreas, de nacionalidad, de credo, de color de piel; haciendo vallas humanas cuando los rumores de que el gobierno intentaba detener las obras se hacían más patentes; haciendo comida caliente y trasladándola a diferentes lugares, y junto a la policía –y antes que ella- dirigiendo el tráfico el mismo día del desastre.

Los ciudadanos de México solo nos tenemos a nosotros mismos. Por eso sufrimos estrés, angustia, ansiedad.

Lo realmente maravilloso de todo esto es precisamente una ciudadanía fuerte, despierta, comunicándose y organizándose por sí misma, politizada, firmando peticiones para juzgar a los responsables, para destinar gasto gubernamental a la reconstrucción de las miles y miles de viviendas dañadas, de familias desprotegidas; una ciudadanía, en suma, empoderada colectivamente porque sabe (o intuye) que no puede confiar en el aparato gubernamental a cualquier nivel. La oleada humana de esta ciudadanía parece preocupar al gobierno que ya ha dado muestras de ello. Seguramente seremos otros después de esta catástrofe atroz.

Los ciudadanos de México solo nos tenemos a nosotros mismos. Por eso sufrimos estrés, angustia, ansiedad. Y por eso hemos desplegado con tanta vehemencia y desesperación la solidaridad que ha caracterizado al pueblo mexicano al que le brindo mi más profundo respeto. Ha sido una lección de vida inigualable y agradezco haber tenido la oportunidad de ser parte de esta movilización enorme, responsable, humana y organizada. México también es mi país y soy afortunada al poder retribuirle en estos días aciagos, desde mi modesto lugar de acción, todo lo bueno que de él he recibido.

Una familia entera acude a los lugares siniestrados con comida para alimentar a voluntarios, rescatistas y autoridades en el Parque España, colonia Condesa.
(CDMX 20/09/2017 16:30)
Foto: David Alexis Nolasco

(Las opiniones expresadas en las columnas son responsabilidad de sus autores y no representan, necesariamente, la línea editorial de Perro Crónico)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *