El ligue es una casa de espejos; más si se habla de ligue entre personas del mismo sexo. Cerati es héroe porque edulcoró el fenómeno y lo llamó juego de seducción. Esta crónica muestra que en la calle República de Cuba la práctica del galanteo puede ser divertida y (a veces) funesta.

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Foto: José Luna

Salón Marrakech

Un tumulto que después se distribuye de manera desordenada en algo que se podría entender como una fila. Unos cadeneros que, a diferencia de lo que pasa en otros centros de esparcimiento nocturno, no siguen el canon de la discriminación a la mexicana: no se filtra por percha, color de piel o pertenencia al sexo femenino… la última especificación es una obviedad.

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—Acompáñame, acompáñame a República de Cuba por favor —le pido a mi amigo.
—No. Ya fuimos hace dos semanas, ¿o no? La verdad no quiero ahorita… Vamos al Vive
—Es que tengo que ir al Marra.
—Si no consigo boleto te acompaño. ¿Puede ir Gerry?
—Sí, ¿por qué no podría? —respondo—. Estaría cagado que ligara. ¡Imagínate!

Aunque, la verdad, Gerry no creo que quiera ir. A un hombre heterosexual, auto-clasificado como nueve (y últimamente como ocho) no le va a gustar el plan.

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En estos lugares las cosas pueden no ser lo que parecen. La alegoría de casas de espejos, espejos deformantes, es correcta para describirlos. Pero la imagen de la mansión de la risa que desfigura el entorno sirve para hablar también de nuestra idiosincrasia. Pareciera que esos reflejos son los que nos empujan a tomarnos selfies de cuerpo completo. Aquí en esta entrada, aunque no es posible saberlo a primera vista, tal vez sí existen códigos de acceso previamente establecidos; tal vez sí existe exclusión. Una exclusión sustentada incluso en buenas intenciones: una exclusión nacida quizá de una interpretación mal entendida y arbitraria de la acción afirmativa, de la teoría queer o del feminismo. Tampoco es que se perciba un talante reivindicativo-inquisitorial. A lo mejor aquí se recodifican de nuevo las formas habituales de discriminación y se mezclan con los códigos de la juerga; de la irreverencia. Es importante decir que en México la escala del sex appeal es una escala que sirve para entender muchas otras cosas: es una buena manera de explicar las relaciones de poder entre distintas clases sociales.

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Foto: José Luna

La Purísima

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En esta fila podrías llegar a hacer nuevos amigos. Hablar con alguien en esos momentos no te compromete a nada; no es una acción vinculante (muchos bugas podrían pensar lo contrario). Es muy probable que una vez que entres al establecimiento no vuelvas a ver a nadie de la hilera.

No hay claveles verdes en la solapa de nadie. De hecho, no se ven muchas solapas. Si hay aretes, estos se distribuyen de forma indistinta entre orejas derechas e izquierdas. Algunos asistentes son godín. Tal vez existe una mayor tendencia a los pantalones justos. Nada en la indumentaria permite inferir categorías, sacar conclusiones o equiparar personas, consignas u orgullos con atuendos. No parece que predomine un grupo de edad sobre otro: todos estamos entre los veinte y los cuarenta… (o cincuenta muy bien llevados).

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Esta no es La Purísima, ¿entonces dónde estaba la vez pasada?

En el interior de La Purísima se enaltecía el pop de los años ochenta y noventa. A veces también, por criterios ambientales, se proyectaban películas en la pared principal: constaté que una vez pusieron los 120 días de Sodoma según Pasolini. En el piso de arriba solía haber menos personas que en la planta baja. Me contaron que había muchos motivos sacros en todas partes, algo de lo que se hacía gala con ironía. Nunca me percaté de ellos.

El concepto tenía mucho sentido: este lugar era muy divertido. Pero ese día no estábamos en La Purísima: nos encontrábamos en Un Buen Tiempo. Le pregunté al chavo de la barra desde hacía cuánto llevaba cerrada La Purísima. Me dijo que un buen tiempo… pero que no importaba porque aquí estaban celebrando su aniversario.

El espacio se reduce cuando la concurrencia se incrementa. Las paredes son oscuras y los baños están limpios. Las escaleras están cerradas y tal vez llevaron, en otros fines de semana, al siguiente grado centígrado del buen tiempo. Aquí también hay pop ochentero en un espacio de unos ciento cincuenta metros cuadrados.

¿Realmente es más sórdido el ligue gay que el heterosexual? ¿Navegar por estas aguas requiere de más inteligencia emocional? “Definitivamente es más difícil que si un chico ligara a una chica…”
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La escala del sex appeal propia de toda la clase media-alta y alta apunta a que en este lugar hay puros treses, doses, unos. Confirmo lo anterior por unos nueves o dieces musculados que llegan seguros a la barra. Hay miradas y suspiros: qué gacho es ligar en México y a la vez lidiar con los complejos.

Pasa un cuarto de hora. Los asistentes poco a poco nos empujan hacia el centro del lugar. Comienza a escucharse la canción Blind de Hercules & Love Affair. Recuerdo que hace unos diez años, en mi temprana juventud, la canción era sinónimo de tener ondita. Ahora ya no sé qué se tiene que escuchar para decirse con onda. Ya no tengo onda. Probablemente nunca la tuve. Creo que los millennials más jóvenes ni siquiera mencionan la onda. Sí sé que ahora Antony Hegarty se hace llamar Anohni.

—Oye, ¿y los mamados? ¿Se fueron? —pregunto.
—Los reflejos del lugar no confirmaron la idea que tenían de sí mismos. Les regresaron una imagen deformada…
—Zasss. Andas bien denso  —Me río.
—¿Te fijaste que los dos eran prácticamente iguales?
—No…

Pienso en la teoría de los espejos. Las lagunas de Narciso de hoy podrían ser las apps para conocer gente y los dispositivos electrónicos. Justo a la manera en que se sugiere en la rola Electric Blue de Arcade Fire.

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¿Realmente es más sórdido el ligue gay que el heterosexual? ¿Navegar por estas aguas requiere de más inteligencia emocional? Mauricio, habitual de los bares gay distribuidos a lo largo de la calle de República de Cuba, dice lo siguiente: “Definitivamente es más difícil que si un chico ligara a una chica, claro que se necesita más inteligencia, más valor, saber controlar los sentimientos…”.

Creo que también es difícil la relación espacial entre el cortejo y el acto de orinar: deben existir disidentes de estos criterios arquitectónicos entre los parroquianos. En La Purísima, por ejemplo, lo más molesto de ir al baño era la proxémica. En el segundo nivel, un pequeño recuadro a las afueras de los mingitorios servía como pista de baile. En un letrero pintado en el contorno superior de una pared de ese reducido espacio se aclaraba que ese era el lugar para las pasivas: nadie se daba abiertamente por aludido. Creo que, en Un Buen tiempo, los baños se construyeron pensando en distancias más convencionales.

—¿Vamos al Marra?
—Va.

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Foto: Jared Velázquez Grunstein

Salón Marrakech
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En el salón Marrakech se enfatiza la música vernácula y hace muchísimo calor. A veces hay show de strippers y otras veces hay presentaciones en donde hombres travestidos emulan la vida y obra de Gloria Trevi o Alejandra Guzmán. El día de hoy no está tan concurrido, a pesar de que se trata de un fin de semana de puente. El momento cumbre de la noche se da con la interpretación de Hacer el amor con otro. Los que estamos enfrente de la barra nos hacemos acreedores de un shot… ya no me acuerdo de qué. La verdad, cualquier cosa que cante Alejandra Guzmán tiene valor epistémico. Lo mismo pasa con Gloria, no mames…

A pesar de las referencias a figuras de tal autoridad, estos eventos (que son muy entretenidos) probablemente no pasen la prueba de la repetición: a veces lo transgresor se vuelve un tópico y se vuelve una parte sustancial de los espejos invisibles con reflejos que nublan la mirada.

O a lo mejor nunca hubo espejos y son los shots. O tal vez sí había espejos y los shots eran para que no los distinguieras. Creo que otro tipo de distorsión ha llegado al Marra: con el transcurso de las horas, la gente ha ido tomándose las cosas más a la ligera. No parece que nadie sea menos guapo o suficiente que nadie. Ya no hay historias quejosas sino gozosas.

¡Huevos, escala del sex appeal!

“…la sordidez del salón Marrakech y de sus vecinos Un Buen Tiempo y La Purísima ya es una sordidez en matices, para tarjeta postal”.
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Si se es sensible a las grandes aglutinaciones de personas o a esas pequeñas acciones que te hacen prevenirte de las intenciones de los demás, es posible percibir un aire de morbidez. Esto no es atribuible a las distintas identidades de la concurrencia: se debe reconocer que este sentimiento se palpa en todos los lugares que no se piensan ex profeso para el público fresa. La intensidad mexicana es producto de la desigualdad y es muy bien percibida por los extranjeros; nosotros ya estamos muy bien habituados. A pesar de este sutil sentimiento de peligro latente, lo cierto es que los parámetros turísticos ya se han impuesto en el centro histórico de la Ciudad de México: la sordidez del salón Marrakech y de sus vecinos Un Buen Tiempo y La Purísima ya es una sordidez en matices, para tarjeta postal. No por eso se han logrado erradicar conatos de violencia a la hora del cierre. Creo que sí es mejor venir acompañado que solo; la tarjeta postal puede ser como esas noventeras, las que eran en tercera dimensión. Mauricio apuntala: “Un par de años atrás definitivamente recomendaría el Marra como un lugar de ambiente, incluso a personas heterosexuales. Hoy en día, creo que ha pasado un poco de moda y la euforia por visitar dicho lugar no es la misma.

Desgraciadamente, por las clausuras continuas en el Marra y bares vecinos, la gente no frecuenta como antes los bares de República de Cuba. Además, están sus decisiones desatinadas como la falta de seguridad que se ha presentado algunas veces, (ha habido) violencia entre sus clientes y el personal de seguridad…”.

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—Oye, no sé si te habías dado cuenta pero te he estado mirando.
—¡No hay bronca! Oye soy casado, heterosexual y tengo un hijo.

Al parecer tampoco hay bronca. Aquí en el Marra conocemos a Mauricio.

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—Tienes un buen de pegue con güeyes —afirmo—. ¿Crees que tu morro me quiera dar una entrevista?
—Pregúntale.
Chale, ¿y ahora qué le pregunto?
—Mauricio ¿verdad? —digo para ganar tiempo—. Oye, Mau, ¿qué piensas de la discriminación?
—Existe la discriminación aún: desde el núcleo familiar, los colegios y hasta en los propios clubes nocturnos. No hay avance en cuanto a la discriminación.

Me dice que las personas más afectadas, presas de discriminación y de burlas, son quienes se atreven a mostrarse tal cual se sienten, como los travestis y transexuales, y personas que deciden no ocultar su amor o atracción por el mismo sexo.

“…el ambiente en el Marrakech hace preguntas directas a los protocolos y convenciones defendidas por movimientos como el #MeToo”.
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El aforo disminuye y se entiende que es momento de partir. En otras ocasiones, no era la falta de público la que marcaba la retirada. Había veces que la música cesaba y que la concurrencia amontonada hacía difícil encontrar la salida. En este momento se puede sentir el contacto humano más próximo de lo habitual, sin que se comprometa la integridad o la moral de nadie. Ciertamente, el ambiente en el Marrakech hace preguntas directas a los protocolos y convenciones defendidas por movimientos como el #MeToo. Tal vez los manuales de procedimiento deben ceder el paso al criterio y al sentido común; al savoir faire de Catherine Deneuve. Si somos asépticos, el Marrakech es un lugar sumamente inoportuno. Tal vez así es la vida nocturna en Ciudad de México, inoportuna. A pesar de los riesgos y de que la vida no valga nada, según José Alfredo, Mauricio es partidario de la noche capitalina:

—En mi opinión existen muy buenos lugares para divertirse ya sea toda la noche o solo un par de horas con los amigos o en pareja. Teniendo la precaución e información correcta, puedes pasar una buena noche de diversión: (hay) lugares seguros e inseguros como en todas partes.

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Foto: José Luna

Salón Marrakech

Claramente, aquí hay diversión (o mejor dicho, desmadre) para todo tipo de públicos. Todo dependerá si hallas juegos de espejos o espejos deformantes: lagunas calmas que reflejen la realidad de forma objetiva o cuerpos de agua tumultuosos que lo distorsionan todo…

A lo mejor descubres testimonios sociológicos, hoyos funkies o incluso (¿por qué no?) encuentros casuales. No sé. Creo que eso se decide cada noche que República de Cuba se reviste con mascadas color de rosa.

Este texto fue escrito en la clase Empresas informativas (Licenciatura en Comunicación de la Universidad Iberoamericana) a cargo de Sergio Rodríguez Blanco.

Edición: Sergio Rodríguez Blanco

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