¿La primera persona que intenté contactar? Mi hermano. Fue el único en quien podía pensar. A mis padres los tenía a la vista entre el público. Estaba preocupada más que nada por mi hermano.
Ese día él y yo teníamos una presentación doble de Si tan solo, la primera obra que escribí; bueno, la primera que conseguimos que nos financiaran para rentar el espacio, la iluminación, sonido y todo el show. Fue en el Centro Cultural Teatro 1, por Satélite. Y pues nos agarró a media presentación, así sin más, en el peor momento posible.
Yo estaba en el escenario actuando como Carla, una chica lesbiana que tiene problemas de aceptación con sus papás, pero no se da cuenta de que su mejor amiga, a quien le llaman “gordita”, está al borde del suicidio porque tiene hipotiroidismo y no puede evitar engordar. Es más comedia musical que tragedia, pero sí hay algo de comentario social. El punto es que estábamos actuando una escena en la que Carla y su amiga se emborrachan y empiezan a cantar y bailar bien ebrias, y por lo mismo que estábamos bailando tap y cantando con la música a todo volumen, yo creo que fuimos las últimas en el teatro en darnos cuenta de que estaba temblando.
Volteé a ver las caras de las personas en el público, y me di cuenta que no nos veían a nosotras, se veían entre ellos, como confirmándose mutuamente algo. Algunos se pusieron de pie y comenzaron a caminar entre las filas. Yo no sabía si seguir actuando, si pausar tantito, pero Anahí, mi amiga, que interpreta a la gordis, improvisó y dijo: “no mames… ¡Estoy tan peda que se me mueve el piso!”, como queriendo continuar el acto. Algunos en la audiencia respondieron con una risa nerviosa, pero en eso nos dimos cuenta de que no era un temblorcito cualquiera.
El candelabro enorme que tienen en el centro del teatro, encima de las cabezas del público, de verdad se sacudía de un lado a otro de una manera que yo juré que se les iba a caer encima. En eso el ingeniero de audio que estaba en el cuarto de atrás de los asientos agarró el micrófono y les dijo a todos que la obra se interrumpía por el temblor, que salieran del edificio de manera ordenada y que al rato la reanudaban.
Me acuerdo que me quedé ahí parada en el escenario sin saber qué hacer porque no había puertas de emergencia a los lados, como tienen en otros teatros. Este era uno en los pisos de arriba del edificio, y en lo que acababan de salir todos, pensé que seguro el temblor iba a terminar pronto. Pero cuando vi que se nos cayó algo de escenografía, el candelabro se mecía de un lado al otro y hasta las butacas se sacudían, dije: “No, hasta aquí”. Le grité a mis papás que salieran, que los iba a ver afuera y me fui tras bambalinas a buscar a mi hermano Mario, porque él presentaba el siguiente acto, pero no supe si seguía cambiándose o dónde estaba, no lo encontré.
Se fue la luz y no se alcanzaba a ver nada. Todos empezaron a entrar en pánico y a oscuras estaba mucho peor. Las personas se arremetían para pasar por las dos puertas de la entrada, como en un embudo. Y yo gritaba: “¡Mario! ¡Mario!”, como un Luigi neurótico en Luigi’s Mansion. El punto es que Mario nunca se apareció y yo estaba vuelta loca sintiendo en la oscuridad cómo se sacudía el edificio entero. No, no, no, no, no, fue una cosa tremenda. Se cayó la escenografía, personas, unas bocinas; cuando menos el candelabro no porque eso sí hubiera sido una película de terror: Masacre en Satélite o algo así. Total, ya paró de temblar y yo estaba tomada de las manos con una amiga para no separarnos, nos miramos y se nos soltó una risa nerviosa, como que no sabíamos si ponernos a reír o llorar.
Bajamos del escenario y comenzamos a caminar entre el público con todo y vestuario. Logré encontrar a mis papás y me preguntaron por mi hermano, supusimos que lo íbamos a encontrar afuera. Caminábamos todos apretados a paso de pingüino, cuando nos dimos cuenta que la fila no estaba avanzando. Unas personas hasta el frente gritaban y hacían señas para que retrocediéramos. Se fueron pasando el mensaje de boca en boca: al parecer había un incendio en el lobby del edificio y no podíamos salir por ahí. Ahí me cayó el veinte, de verdad estábamos en peligro. Mi mamá me insistía que no nos separáramos, pero tenía que encontrar a Mario. No me importaba nada más. Corrí de vuelta tras el escenario, avisé al cast de la situación, y les pregunté si habían visto a mi hermano. Pique, el productor, me comentó que lo vio saliendo a buscarme con su novia en cuanto empezó a temblar. Sentí un nudo en la garganta, pensando que podrían estar atrapados en el fuego, ¿sabes? Esa sensación horrible cuando no tienes idea de si la persona que más te importa en el mundo está muerta o no.
Las redes de Telcel se habían caído y no contestaba su celular. Estaba intentando contactarlo por Whatsapp, cuando sentí una mano sobre mi hombro. Mario me abrazó y comencé a llorar. Nos dimos un abrazo largo, los dos con lágrimas de cocodrilo y fuimos de vuelta con mis padres. Toda la gente estaba ansiosa, intentando marcar por celular, mirando las paredes como esperando a que las llamas aparecieran de un segundo a otro. Un señor nos comentó que él tenía AT&T y su red estaba abierta para compartir datos en caso de que lo necesitáramos. Le avisé a mis amigos y familia por Facebook de la situación. En eso entró un grupo de bomberos y nos indicaron que debíamos subir a la azotea del edificio: había una fuga de gas y aún no habían controlado el incendio.
Nos llevaron a la parte de arriba del estacionamiento, o sea, la azotea. Y en el momento en que ya logré salir, con unas escaleras atrás de mí, escuché una explosión. Se sacudió todo. Nos juntaron a todos a la mitad del estacionamiento y como es un edificio alto veíamos todo moverse. Vimos caerse dos edificios desde allá arriba y cómo empezó a salir humo de todas partes. Nos hicieron quedarnos ahí como cuarenta minutos, estaban viendo qué hacer porque había explotado algo detrás de las escaleras abajo y se estaban cayendo pisos del estacionamiento. Donde nosotros estábamos, empezó a hacerse el piso para abajo; y para abajo y para abajo, y estaba ya empezando a pegar el suelo con el techo de algunos coches. Estaba súper peligroso, pero no nos dejaban movernos porque no sabían qué hacer. Se escuchaba mucho ruido alrededor, ambulancias pasando, de los dos edificios que se cayeron salía humo. Otros 40 minutos después nos dijeron que tenían que desalojar todo el edificio y que fuéramos por nuestros coches.
Lo que fue impresionante fue que saliendo del estacionamiento veíamos cómo todo el cemento se estaba cayendo a pedazos y crackeado. Horrible, no sé… muy feo… y con todo y eso, nos empezaron a cobrar el estacionamiento de salida. Irreal que hagan eso. Luego estuvimos la tarde caminando por ahí, ayudando a quien pudiéramos porque nadie se podía mover a ningún lado por el tráfico, la ciudad estaba parada.
Es una impresión que no te sacudes fácilmente. Yo sentía como si las semanas siguientes siguiera actuando, pretendiendo que todo había vuelto a la normalidad cuando por dentro estaba en un estado de shock. Lo peor creo que fue moverme en la oscuridad buscando a mi hermano, sin saber si lo iba a volver a ver. He soñado con eso varias veces, de vuelta en el mismo teatro tanteando entre las personas intentando encontrarlo. Pero aquí seguimos los dos. Y seguimos haciendo teatro.
*Este texto fue elaborado en la clase de Diseño y Edición de Publicaciones a cargo de Federico Mastrogiovanni, que forma parte del Subsistema de Periodismo de la Licenciatura en Comunicación de la Ibero.
Foto: David Alexis Nolasco (Cientos de autos terminaron siendo pérdida total a causa las afectaciones por derrumbes. 19-09-2017)
Edición: Sergio Rodríguez Blanco y Federico Mastrogiovanni