Después de localizar a mi hija, leo en las redes sociales que hay edificios colapsados. Sé que toca ponerse el uniforme de rescatista, el uniforme que pensamos que no usaremos nunca.
Tomo mi moto y me dirijo a la sede nacional de la Cruz Roja Mexicana. Aquí recibimos la orden del área de desastres de sacar todas las unidades a cobertura, de irnos a la avenida Álvaro Obregón porque reportan gente atrapada. En cuanto llegamos al edifico derrumbado hacemos nuestro grupo: rescatistas, bomberos y un ingeniero. Entramos.
Recorremos la planta baja del edificio gritando a ver si alguien nos escucha. Sin éxito. Subimos al primer nivel haciendo lo mismo, buscando sobrevivientes, otra vez sin éxito. Subimos al segundo nivel y en las escaleras encontramos ya la losa tapando el ingreso, con un pequeño espacio para entrar. Ahí nos parece escuchar a alguien, muy bajito. Pedimos silencio a la escuadra y volvemos a preguntar. ¿Hay alguien ahí?
Todo está muy oscuro. Ingreso por el espacio con mi casco y mi lámpara y encuentro a una mujer. Solo se le ven los pies y su pantalón negro; ella se llama Ivonne. “Soy Diego”, le digo, y al preguntarle cómo está me contesta: “Bien, he tenido días peores, pero hoy no quiero morir”.
Detrás de Ivonne viene otra voz. Otra mujer. Su nombre es Paty. No la vemos por todos los escombros que hay en el lugar, pero tenemos otra vida por la que trabajar.
A ratos Paty e Ivonne se desesperan; lloran, piden que avisemos a su papá y esposo que ahí están. A ratos se forma un silencio fúnebre entre los escombros y mi labor es hacerlas hablar, que sepan que ahí estamos para ellas, que no las dejaremos. Intentamos sacar a Ivonne con equipo especial. Ponemos colchones neumáticos y herramientas hidráulicas porque tiene el brazo prensado con escombros demasiado pesados. Todos nuestros intentos no funcionan.
Ivonne nos pide cortarle el brazo para poderla sacar.
Mientras nosotros trabajamos en este piso, por dentro hay más rescatistas en el techo con más herramienta, haciendo hoyos para llegar a las personas atrapadas. A cada golpe que ellos dan arriba, a nosotros nos cae tierra y se afloja el hoyo donde estamos trabajando. Hay muchos riesgos en una estructura colapsada; si no actuamos de manera correcta se pueden quedar atrapados o morir en el lugar; es una combinación entre actuar bajo protocolo y con el corazón.
No me acuerdo cuánto tiempo llevamos trabajando, pero de pronto escuchamos los altavoces afuera del edificio vociferar que desalojemos. Hay una réplica. Es difícil, tenemos que salir por seguridad, pero estamos dejando a Paty e Ivonne en ese mismo hoyo con la posibilidad de regresar y encontrarlas sin vida.
Volvemos. Hay momentos en los que nos desesperamos por no poder sacarlas; nos enojamos porque no dan resultados nuestros esfuerzos ni los de ellas por salir. Tenemos que transmitirles confianza a las dos, así que mejor salimos a tomar un poco de aire, a dejar de sofocarnos en ese lugar, respirar y regresar con ideas nuevas.
La única opción es llegar a ellas por abajo; hacer un hoyo en el techo. Tardamos más de tres horas en hacer el primero. Estamos a centímetros de Paty. Logramos liberarla y extraerla de forma segura, pero aún tenemos a Ivonne atrapada. El hoyo para ella es menos complicado, tardamos hora y media en hacerlo. Tenemos el equipo médico listo porque ella tiene una hemorragia activa que hay que controlar. Ver la cara de alguien con quien hiciste un gran vinculo durante horas, mirar a alguien que confió en ti y en tu grupo y a quien regresaste a la sociedad: ahí es cuando te das cuenta que vale la pena el haberte arriesgado. Se te olvida todo lo demás.
*Este texto fue elaborado en la clase de Diseño y Edición de Publicaciones a cargo de Federico Mastrogiovanni, que forma parte del Subsistema de Periodismo de la Licenciatura en Comunicación de la Ibero.
Foto: David Alexis Nolasco (Vamos mi México, te amo. 20-09-2017)
Edición: Sergio Rodríguez Blanco y Federico Mastrogiovanni
Nunca dejes de ayudar al prójimo hijo. Sigue con esa loable labor. Te amo.