Un periodista se infiltra en Enamorándonos, uno de los programas de televisión más exitosos de los últimos años en México. ¿Es cierto que se fabrican las relaciones interpersonales? Aquí la crónica.

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Enamorándonos

Chacón

Estamos formados como obreros que llegan a una maquiladora; hay polifonía de charlas en este grupo desigual de personas: hablan de los “amorosos”, sin ser una evocación poética.

—¿Ya tienes fotos con los nuevos?

—Algunos no me caen bien y no les pido nada —responde el joven enjuto de tono delicado.

Son las 15:45 horas en la entrada de Azteca Noticias —en Calzada de Tlalpan 2818, en la Ciudad de México—; conmigo, tres decenas de personas esperan integrarse al público de Enamorándonos, programa de televisión que se transmitirá en vivo a las 17:30.

—Uno deja de ser su “fans” y se vuelve más como sus amistades —se escucha un poco más allá en otra conversación.

—Ay Diego, Diego —dice una chica de cabello negro y chicle en la boca que ha asistido al programa durante casi dos años.

—No sé qué le ves a Diego.

—¡Ay, pues el pito!

Cuando solicité el acceso con la empresa Remake Audiencia, la indicación fue clara: “deben venir muy bien arreglados, por favor, para que se vean muy guapos en la TV”.

Mientras esperamos, una llovizna sorprende al Sur de la ciudad. Llegan los encargados del público: Uriel, Alex y Adrián. Nos piden buscar resguardo:

—Van a salir en la tele y queremos que se vean muy bien, no como perros, todos mojados.

Entonces entramos.

“¡No me rompas, Ángel, no me rompas!”
II.-

En el foro de televisión suena la marcha nupcial. Un arco de flores marca el inicio de una alfombra roja, con pétalos blancos en las orillas, que lleva hasta el altar. Es 19 de julio de 2017.

—¡Así se lleva a cabo la boda de Silvia y Ángel! —anuncia emocionada Carmen Muñoz, conductora del programa Enamorándonos, donde los novios se conocieron y decidieron unirse en matrimonio.

Los padrinos y damas, vestidos de azul, son otros participantes del programa estrella de las tardes en la televisión nacional.

Norman del Corral, Juez 24 del Registro Civil de la Ciudad de México, recibe a Chivis y a Ángel, el luchador conocido como Black Moon —que llega a casarse usando su máscara— e inicia la ceremonia.

Silvia Consuelos González, vestida de blanco, con un velo larguísimo y un ramo de rosas y alcatraces en las manos, pronuncia el sí y firma el acta. Black Moon le pone un anillo como símbolo de su amor.

—Ay, mi cielo —dice la novia, plena, feliz, realizada, mirando su dedo ya con el anillo—, ¡qué hermoso!

La ceremonia civil continúa.

—Maestro, docente, Miguel Ángel Flores Toledo, te pregunto: ¿es tu deseo y aceptas unirte en matrimonio?

—Sí acepto —responde, pero se detiene al firmar el acta.

—Miguel Ángel, aquí —insiste el juez señalando el espacio en blanco en el documento.

—Mi cielo —solloza la novia, ya desencajada.

El luchador mueve la cabeza, ante el silencio sepulcral del foro y seguramente ante la sorpresa de millones de televidentes.

—Miguel Ángel, ¿pasa algo? —dice el juez.

—No puedo, ante el civil no puedo —responde y arranca la huida del set de grabaciones.

—¡No me rompas, Ángel, no me rompas! —Silvia se levanta el velo y llora desconsolada—. ¡Miguel Ángel, no me rompas!

—¿Qué está sucediendo aquí? —interviene la conductora, volviendo a todos al guión.

Chivis sale corriendo del foro, llorando, con alaridos tremendos, como de muerte; se hinca en la calle, se arrastra y grita una vez más:

—¡Lito, Angelito, no juegues con eso, me estoy rompiendo!

No es una telenovela, es el amor llevado a uno de los formatos que se creían extintos en la producción televisiva mexicana: los talk shows. Es uno de los capítulos memorables del programa más exitoso de los últimos años en el país: Lito rompiendo a Silvia, abandonándola en el altar.

III.-

Enamorándonos, producido por Magda Rodríguez y conducido por Carmen Muñoz y Adrián Cué, se estrenó el 16 de octubre de 2016 en la señal de Azteca 7, pero tuvo tanto éxito que, igual que Ventaneando en 1996 y que las telenovelas extranjeras en 1997, fue movido a Azteca 13, la señal principal de la cadena de Ricardo Salinas Pliego.

La propuesta es sencilla: llevar el amor a la pantalla chica, reviviendo el formato de los talk shows, que parecía haber muerto después de la decadencia de los programas Laura de todos, Cosas de la vida y Hasta en las mejores familias, que hace algunos años dieron grandes triunfos a TVAzteca y Televisa.

La dinámica es fácil de entender. Los participantes se dividen en las categorías “amorosos” y “flechados”. Los primeros son el talento de planta, eran seres anónimos y hoy reinan en las redes sociales: influencers gracias a sus cuerpos y personalidades. Los “flechados”, por su parte, aparecen de manera intermitente, hasta fugaz, pero pueden permanecer si conquistan a uno de los amorosos, después de charlar  a ciegas,  separados por un corazón hecho de lámparas.

Los “amorosos” no se eligen por inspiración de las cartas que Sabines le escribiera a Chepita; hacen casting o el público vota por ellos en una plataforma digital. Los “flechados” son televidentes –también seleccionados en castings– y su función es conquistar con sus palabras y “a primera vista” a los ya consagrados, concertar una cita, conocerse y, con el tiempo, formar una pareja e incluso casarse. Todo ante los ojos de millones de televidentes.

Enamorándonos se transmite de las 17:30 a las 19:30 horas por Azteca 13. Tras varios escandalosos cambios de productor, Lila Solana, —antes a cargo del programa matutino Venga la Alegría— lleva las riendas del show y enfrenta rumores de una caída en el rating, después de que la emisión se mantuviera durante meses como el fenómeno comunicacional-cultural más importante de México.

Repasamos las coreografías que ejecutaremos por dos horas frente a las cámaras
IV.-

Dentro de la televisora nos quitan mochilas y celulares. Uriel, Alex y Adrián se turnan para darnos indicaciones antes de entrar al Foro 10.

—Hay que gritar, hay que bailar, hay que tener mucha energía. Gritar, bailar, mucha energía, todo el tiempo, —repiten una vez tras otra.

Repasamos las coreografías que ejecutaremos a lo largo de dos horas frente a las cámaras: si hay cita, hay que formar un corazón con ambas manos y moverlo de izquierda a derecha mientras meneamos la cadera; si al amoroso no le gusta su flechado, será bateado y con las manos debemos formar un bat de beisbol y hacer la pantomima de mandar lejos una pelota imaginaria; bailaremos “Qué le pasa a Lupita” de Mi Banda El Mexicano y “Te ves buena” de El General. En caso de que haya algún enfrentamiento, tenemos que hacer expresiones que lo alimenten.

—Nos gusta que se peleen, nos gusta que nos diviertan —dice Uriel como justificándose.

Entramos por fin al foro cuando aún limpian las sillas de los participantes. Ante nuestros ojos está la maravilla de la fábrica de los sueños, que es también la fábrica del amor. Nos acomodan bajo sus reglas, somos quienes deben verse más o menos a cuadro, quienes cumplen mejor sus estándares, los de la televisión.

—¿Alguien conoce a Lis Vega? —pregunta Ángel, del área de Contenidos de Enamorándonos.

Nadie levanta la mano. Yo, que venía por la experiencia de ser público, veo la posibilidad de ir hasta las entrañas del programa y alzo el brazo.

—¡Vente! —me dice. Me separo de mis ya amigos del público. Olvido las coreografías y adquiero un nuevo papel: el de fan de la cantante y bailarina cubana Lis Vega, invitada a un portal amistoso VIP al programa. Ella no lo sabe. Ella cree que los que estaremos ahí verdaderamente la admiramos. De los tres supuestos seguidores, ninguno conocía datos sobre ella.

V.-

Detrás del escenario que todos los días siguen con emoción dos millones de televidentes, de acuerdo a muestreos de preferencias, charlo con algunos de los flechados:

—¿Tú por quién vienes? —pregunto a Eloísa, una joven bajita, de cabello rubio y cara cuadrada.

—Por Lolo.

—¿Y sí venías por él?

—No, te lo pone la producción.

Andrea, otra de las chicas con las que converso, es supuestamente la flechada de Gonzalo; es la primera en aparecer en la trasmisión del 4 de abril de 2019. El amoroso le concede una cita. La chica sale de cámaras y su sonrisa se borra inmediatamente.

—Yo no quería, yo no venía por él —confiesa entre dientes, con voz de niña malcriada.

Esto es una fábrica, pienso.

Nos han dado una lista con las preguntas que hará Lis Vega en el portal
VI.-

Alexia y Marco son mis compañeros en la farsa de ser fans. Alexia trabaja como extra en series y películas. Marco estudia comunicación y gana dinero asistiendo como público a programas de televisión. Ella se toma fotografías todo el tiempo y presume en su Twitter imágenes con famosos.

Él dice que se cuela a alfombras rojas y que poco a poco espera ganarse un lugar en el medio artístico. Ambos iban hoy como público a Enamorándonos, pero no pidieron su lugar a través de redes sociales como yo, sino que forman parte de una estrategia que permite llenar foros: hay “coordinadores” que llevan personas como asistentes a los programas. Les pagan 100 o 200 pesos mexicanos (entre 5 y 10 dólares).

—Hoy no tuve llamado —dice Alexia—, así que vine aquí con unos amigos por los cien pesos, aunque sea para irnos a cenar unas quesadillas.

—Yo acabo de terminar de grabar 100 Latinos Dijeron, ahí estuvo súper bien, nos pagaban más por ir como público —me explica Marco—. Si quieres, puedes integrarte.

Antes de aparecer en televisión nacional nos ponen un poco de polvo y nos reiteran que tenemos que mostrarnos entusiastas y bailar, entusiastas y bailar siempre. Nos han dado una lista con las preguntas que hará Lis Vega en el portal. Hace unos minutos no sabíamos nada de ella y ahora estamos listos para recitar su fecha de nacimiento, el año en que llegó a México y el número de seguidores que tiene en sus redes sociales.

Llega el momento. Entramos a cuadro: 10 minutos de fingir son suficientes. Intento bailar, pero es imposible seguirle el ritmo a la cubana. Entonces mejor solo sonrío.

Todo sale como la producción quería. La fábrica del amor —que también genera fans— lo hace bien. Lis acepta una cita amistosa con sus tres fanáticos. Se toma una fotografía con nosotros y dice que nos invitará a presentaciones cuando haya que llevar club de fans. Ella creyó en nuestro montaje amateur, seguro los televidentes también.

La producción del programa habla con Alexia:

—Nos gustaste, mañana vendrás a un portal con Lúa —le dicen y no esperan su respuesta.

Cuando se alejan, la chica de ojos pequeños y cabello largo nos pregunta inocentemente:

—¿Quién es Lúa?

Después de que la relación con el “flechado” que le asignaron no funcionó, Alexia se quedó como “amorosa” en el programa: vivió el sueño de pasar de ser una seguidora fiel a la protagonista del sueño de la fama.

VII.-

Enamorándonos es un Tinder gigante televisado. Amorosos y flechados son el reflejo de nuestra sociedad estetizada: se valen de sus cuerpos, de sus mejores pasos de baile  —generalmente a ritmo de reggaetón—, de sus músculos, del silicón y del botox. Y les da resultado. Marcas de todo el país les envían regalos con tal de que los mencionen en sus redes sociales. Les pagan por ir a bares, porque su simple presencia atrae.

Daniela Alexis “La Bebeshita”, una de las participantes con más popularidad, se lanzó como cantante del género urbano y tiene más de un millón y medio de seguidores en su cuenta de Instagram. En 2019 también inició su reality show Hola bebé, un programa transmitido por las redes sociales de TVAzteca que narra el día a día de la influencer, al estilo de Kim Kardashian.

En el programa, los amorosos reciben consejo de un sexólogo, una tarotista que ostenta el título de la única adivinadora autorizada para hacer lectura de glúteos y una mujer que asegura ser capaz de hablar con los muertos. También hay una botarga de un pollo que no habla.

Es una fórmula que responde perfectamente a la idiosincrasia que la televisión le atribuye a los mexicanos: el amor como tema fundamental, la suerte y el esoterismo como guías para nuestras decisiones, las redes sociales como escaparates de las apariencias, la posibilidad de seguir a quienes son como nosotros, pero salen en la televisión. La vida real —o no tan real— llevada a la pantalla: porque solo la realidad es tan cómica y tan dramática como para ser televisada.

Amorosos y examorosos que ya son celebridades televisivas aparecen en periódicos sensacionalistas y revistas de espectáculos, protagonizan escándalos sexuales, se toman fotos que rayan en la pornografía, son perseguidos por el aura de falsedad que eligieron como canal para el éxito. Vaivenes de un corazón de papel mal recortado.

Al principio de cada emisión en letras pequeñas y a toda velocidad se lee: “Serie en vivo sobre asuntos de pareja y relaciones interpersonales”. Una confesión minimalista del guion preproducido que se vende como amor real. Los flechazos, las citas, los noviazgos, los compromisos, los rompimientos, los celos, las bodas y el amor pocas veces existen. Son fantasmas que satisfacen lo que el público desea ver.

Dice Herman Hesse que “siempre gana quien sabe amar”, pero en este caso gana quien finge el amor.

Hay una tarotista que ostenta el título de la única adivinadora autorizada para hacer lectura de glúteos
VIII.-

Al terminar el programa en vivo nos devuelven nuestros artículos personales. Veo en mi celular mensajes de burla de personas que no pensé que vieran este programa: “Vaya, vaya, nunca esperé verte a ti en Enamorándonos”; “Te vi echándole baile”; “galán te van a golpear por querer con Lis Vega eh, ya te vi en Enamorándonos”. A mí no me pagan nada porque hay dos tipologías de público: los que van porque quieren —como yo, que pedí asistir a través de una red social— y aquellos a los que sí les pagan para asegurar tener lleno. A los segundos, esos que llegaron a través de coordinadores, les darán entre 5 y 10 dólares. Eso sí: nos regalan a todos un lunchbox al estilo de mitin priista: una torta, un jugo de mango, una bolsa de papas y un chocolate. 600 calorías de amor.

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Este lunchbox es el obsequio para los participantes en el programa

Arnoldo Delgadillo

*Esta pieza se generó en la clase “Empresas informativas” de Sergio Rodríguez Blanco (Licenciatura en Comunicación, Universidad Iberoamericana). Este trabajo forma parte de las actividades del Programa Prensa y Democracia (Prende) en colaboración con el Subsistema de Periodismo de la Ibero.

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