Anaya, el chico maravilla, es en realidad un “chico spot”, siempre listo para desenvainar el sable de la propaganda política. Meade, el candidato del continuismo, crea un cuento de hadas neoliberal, pero su diagnóstico del sistema no coincide con el de la gente. Ambos retoman de AMLO el énfasis en la honestidad. La investigadora Vivian Romeu, especialista en análisis del discurso, escudriña para perrocronico.com las intervenciones de ambos candidatos en el programa Tercer Grado.

Enlarge

img_5155

Foto: Isaac Esquivel

Conocido como el chico maravilla, a Ricardo Anaya le queda mejor el apelativo del chico spot. En la participación del candidato frentista el 9 de mayo en el programa Tercer Grado, los conductores lo dejaron hablar un rato, incómodos con su verborrea displicente. Más de una vez intentaron reconducir la conversación hacia la información contante y sonante que Anaya evitó dar, siempre sacando el sable de la propaganda política apenas tenía una oportunidad. Habló mucho, pero dijo poco.

La pregunta más importante fue la que le hizo Denise Maerker sobre la eficacia de la coalición frentista para gobernar. Y es que el candidato spot se pasó buena parte de la noche enfatizando que el suyo era un gobierno de coalición, único en su tipo en el país. Sorprendió entonces que a la pregunta sobre las bondades de la misma, Anaya no contestara. La respuesta era bastante fácil, cómoda incluso. Bastaba con referir las ventajas técnicas que una coalición ofrece para gobernar, pero Anaya no sólo la evitó, sino que mostró un zigzagueo discursivo que dio pie para interpretar su silencio como falta de conocimiento. Los ejemplos de Chile y Alemania también mostraron su desdoro. Rivapalacios lo hizo evidente. ¿Le ganó a Anaya la spotmanía? Creo que sí.

Tanto uno como otro le robó el discurso a López Obrador, lo que nos da a entender que están conscientes del peso de la honestidad en esta elección.

Como AMLO y como Meade, Anaya hizo énfasis en la honestidad. Parece que eso está de moda ahora. Tanto uno como otro le robó el discurso a López Obrador, lo que nos da a entender que están conscientes del peso de la honestidad en esta elección. Acercándose tanto a AMLO, el joven spot hasta se levanta todos los días a las cinco de la mañana y se reúne con su equipo puntualmente a las siete. Patético. Lo único diferente respecto a AMLO es que Anaya no repite como un mantra “no mentir, no robar, no traicionar” pues si en boca de AMLO esto suena a risa, la estrepitosa carcajada es lo que se antoja en el caso de Anaya. Quizá por eso se evita el trámite.

Como Meade, Anaya es un neoliberal, pero a diferencia de Meade, y en similitud con AMLO, engaña a la gente ocultando el verdadero trasfondo de su gobierno. AMLO propone una transición que no nombra y esconde los términos de la negociación que, aunque entendible, no es por ello menos fiscalizable; hay quien dice, incluso, que puede estar cediendo demasiado a los poderes fácticos y eso es tan posible como preocupante, y también hay quien señala con razón que se ha desdibujado ideológicamente su izquierda radical, su valor político primero. ¡Y no digo yo! Con tantos pactos contra natura algo (mucho) hay que perder.

Anaya no es diferente. Ha aprendido de López Obrador, y hábil como es para aprender y ascender, oculta a la gente que su gobierno, como el de Meade, es también más de lo mismo. Inversiones extranjeras y más inversiones, libre mercado, estado pequeño, –y aunque no lo dice, pero viene en el paquete–, la pobreza y desigualdad rampante.

El neoliberalismo en Estados Unidos y en Europa es bastante distinto del que nos toca en estas regiones latinas.

Y no es que el neoliberalismo en sí mismo sea malo per se, sino que para implementarlo es imprescindible tener como base un fuerte estado de derecho y una recta cantera de institucionalidad; de lo contrario –con el estado débil al que neoliberalismo apela– estamos perdidos e indefensos porque tiende, al menos en México, a ser selectivo. ¿Puede explicar esto la voracidad neoliberal y el aumento de la desigualdad social, económica, cultural en América Latina? Es posible. No soy experta, pero sé que el neoliberalismo en Estados Unidos y en Europa es bastante distinto del que nos toca en estas regiones latinas e incluso en otras muchas más del irresponsablemente histórico nombre de Tercer Mundo.

Anaya le dio la vuelta al tema de las reformas estructurales, y evitó ser asociado con el Pacto por México donde estas se cocinaron; sin embargo dejó leer entre líneas que las reformas estructurales están a salvo: nada distinto a lo que proponen AMLO (aunque no lo diga claramente) y Meade, que sí lo dice con todas sus letras.

No hay, como se puede ver, una diferencia sustancial en esto entre los tres candidatos principales de esta contienda. Sólo AMLO, aunque sin tener clara idea de los cómos, dice tener la voluntad política para hacerle frente a ese lado insensible, injusto y abusador del neoliberalismo en las actuales condiciones sociohistóricas de México.

Pero ¿es suficiente la voluntad política para revertir el daño social, económico y cultural del neoliberalismo en nuestro país? ¿Cómo sacar bien las cuentas para que el desarrollo alcanzado por México al amparo de casi treinta años de gobiernos neoliberales, logre invisibilizar su cara más nefasta? El problema con Anaya y con Meade es la poca garantía que ofrecen al defender esta última posición ya que el primero tiene una nada envidiable aura de corrupción, mientras que el segundo se hace el de la vista gorda. AMLO, en cambio, no muestra preocupación clara en cómo hacerle al cómo. ¡Menudo problema en el que nos han metido estos candidatos a los electores!.

No hay que ser muy sesudo para darse cuenta de que en México hoy en día, el panorama de vida para millones de personas es desesperanzador. ¿El problema de México es el neoliberalismo, la ausencia de instituciones democráticas fuertes, la ausencia de un estado de derecho que garantice justicia y equidad, la ausencia de voluntad política, o todo eso junto?

El cuento de hadas de Meade

Enlarge

img_5144

Foto: Isaac Esquivel

El 8 de mayo, un día antes que Anaya, Meade optó en Tercer Grado por ser empático, a veces –cuando podía– tomar mucha agua, y tratar de sobrevivir desde su honestidad como persona a la avalancha de preguntas incómodas pero necesarias que todo el mundo se hace: ¿quién es Meade ante el PRI?.

Meade se presenta como un candidato ciudadano arropado o cobijado por el partido en el gobierno, y esto le gana una percepción ciudadana negativa, la opción del “más de lo mismo”. Defender a Romero Dechamps y a Peña Nieto en público, más allá de las conveniencias políticas coyunturales, debió costarle lo indecible. Lamentablemente, Meade no supo (o no quiso) aprovechar el espacio de Tercer Grado para explicar bien a bien su programa de gobierno. Perdió bastante tiempo en atacar a López Obrador, ofreciendo un discurso poco contundente perdido en la defensa inadmisible del PRI-gobierno y sus indeseables. Nunca como antes la corrupción ha sido tan alta, tan visible, tan descarnada y tan insensible. Y ante ello la narrativa de Meade suena aprendida. Quizá es lo único que le quedó hacer: así de grande es el lastre que arrastra.

Donde se vio más suelto, más él, fue en aquellos momentos en que permitía dejar salir a flote el Meade funcionario público, defendiendo con denuedo su visión tecnocrática de la política y sus procesos. Meade comparte una visión de la política sumamente técnica, es decir, soportada en lo económico y en el principio de la institucionalidad. No puedo más que coincidir con él en ese aspecto: la división de poderes es el eje de cualquier camino institucional que se precie de apelar a la democracia.

El estancamiento de la movilidad social, el crecimiento de la desigualdad, el aumento de la violencia y la corrupción son herencias de un pasado nefasto al que Meade mira sin querer mirar.

Indudablemente, el fuerte de Meade es la política pública y su trabajo le gana votos aquí a su favor. Él es un tecnócrata, es alguien que sabe cómo hacer que las cosas funcionen, al menos en materia económica. Pero, ¿es la política equivalente a la economía, o viceversa?

La política por supuesto pende de la economía, pero no pende así no más ni necesariamente. La política tiene –o debe tener– una dimensión simbólica y ética que abrace eso que normalmente llamamos proyecto político, es decir, un proyecto de nación de cara al corto, mediano y largo plazo, porque los gobernantes aunque tienen fecha de caducidad, deben pensar estratégicamente hacia el futuro; y la ciudadanía también. ¿Apela Meade a esto en su programa de gobierno?

Meade se autopresenta como el candidato de la estabilidad económica en contraposición con la inestabilidad con la que se asocia a López Obrador. Esta autopresentación tiene credenciales positivas en términos macroeconómicos. La gestión del PRI se ha enfocado en eso con bastante éxito, e incluso la negociación del TLCAN misma puede servir de ejemplo. Sé que muchos no coincidirán con lo que digo, pero en mi opinión esta difícil y volátil negociación se ha llevado a cabo con mucho profesionalismo, sin poner a México de rodillas y sin ceder a la tentación de la constante y grosera provocación de Trump, cosa que supongo debe ser muy difícil de controlar. Así, la gestión priista, en términos macros, entrega buenos números al país. Lo malo es que en lo micro la situación es distinta para una clase media cada vez más empobrecida, y sin dudas desoladora, y para aquellos muchísimos que ni a la clase media llegan. Cortesía del PRI y el PAN en todo caso, que son los que han gobernado hasta el momento. El estancamiento de la movilidad social, el crecimiento de la desigualdad, el aumento de la violencia y la corrupción son herencias de un pasado nefasto al que Meade mira sin querer mirar.

Meade ha propuesto su visión macro de las cosas, pero evita referirse a lo micro. Para él, como para muchos –y en particular también para Anaya–, el modelo económico neoliberal es el único viable. Se declaró neoliberal en la entrevista de Tercer Grado y me pareció honesto al proponer entender el término sin etiquetas. Sin dudas, fue para mí el momento crucial de su intervención. Desglosó los problemas de México, hizo –creo– un diagnóstico medianamente correcto de la grave situación del país, pero fue al tema de la institucionalidad a lo que dedicó más tiempo. De ello puedo colegir que este es un tema prioritario para este candidato, desde donde desgaja toda la gestión de su gobierno. Y aquí, aún coincidiendo en lo esencial con su punto de vista, es justo lo que me impide concordar.

Ochenta años de priismo en el poder albergan un abanico de prácticas políticas e institucionales que se solapan entre sí por debajo de la mesa.

No le resto ni un ápice de importancia a la cuestión de la institucionalidad, mucho menos en un país como México cuya historia política no ha sido particularmente un dechado de virtudes en el ramo. Ochenta años de priismo en el poder albergan un abanico de prácticas políticas e institucionales que se solapan entre sí por debajo de la mesa, imponiendo una especie de usos y costumbres que se cuece muchas veces a golpe de corrupción: desde las más leves e irrelevantes hasta las más sofisticadas e inaceptables. La respuesta de Meade a todo eso es la garantía institucional, y me pregunto: ¿el diagnóstico de los problemas de México pasa por la institucionalidad?

En este rubro, curiosamente, al igual que AMLO, Meade apela a su honestidad y ¡a su ejemplo, que invoca a las buenas prácticas de la tecnocracia política! El primer obstáculo que enfrenta Meade es su credibilidad, no en términos personales (sin hacer de él un político sin mancha, pues la tiene), ni un político-partidista (que también le pesa), sino más bien en función de la falta de correspondencia de su discurso con la realidad.

Su constante apelación a la honestidad y al profesionalismo de los funcionarios públicos resulta un slogan gremial que trata de dar certezas a la gente, pero contrasta con la realidad más palpable que vivimos todos. Para Meade, la honestidad gremial invoca al cumplimiento efectivo de la ley. ¿Les suena? Claro que sí: algo de AMLO, pero en versión dos, aunque a diferencia de este, el “cambio” que propone Meade ronda como caricia la apariencia pues toca de soslayo los temas de corrupción e impunidad. Eso es para él un asunto de instituciones que, haciendo cumplir la ley, corrigen al sistema. ¿Seguro? ¿Y quiénes hacen a las instituciones?

Refiere al respecto que la corrupción en el PRI (y entiendo también que en el PAN, pues su papel como funcionario público ha abarcado ambos gobiernos) es puntual, aislada y casi extraordinaria. Si es así ¿por qué estamos como estamos? ¿Por qué la gente siente, sabe y percibe que sin una mordida no resuelve sus problemas, que las políticas públicas son cuando menos ineficientes? Hay, evidentemente, un problema en ese sistema institucional que tanto defiende.

Y la crítica a Meade también viene a cuento para López Obrador. Ambos se enfrentan al monstruo institucional desde posiciones poco verosímiles: AMLO a través del ejemplo moral de su honestidad, ignorando los inmensos vericuetos del sistema mismo, pero específicamente de la gente en su propia interacción, de los usos y costumbres, de los juegos de posiciones y los egos –pequeños y grandes– que no sé bien por qué pero que abundan y se reproducen cual hydra de mil cabezas en los intersticios del ejercicio del poder. Meade hace lo mismo, pero con el agravante de que el sistema no es como lo pinta. El candidato del continuismo nos quiere hacer un cuento de hadas pues su diagnóstico del sistema no coincide con el de la gente. ¡Menudo problema en que se ha metido¡ Si el sistema es tan probo y profesional, cómo, con esos mismos funcionarios, con las mismas leyes institucionales de hoy, estamos tan mal como estamos. ¿Qué ha fallado, Meade? No hay respuestas claras.

¿Hacia dónde vamos?

Meade señala que el gran problema de México actualmente es la inseguridad. AMLO cree que es la corrupción, y Anaya lo coloca en la injusticia. Tres diagnósticos diferentes aunque vinculados entre sí, pues van junto con pegado. Todos se implican en los problemas sociales. Anaya, en mi opinión, es de todos el candidato más vacío: ni propuestas (el fuerte de Mead) ni voluntad política (el fuerte de AMLO). Si tiene algo que ofrecer no sé dónde lo tiene. El spot engolado y vacío de contenido que no abandona ni dormido es la moneda de cambio con la que intenta sonriente convencer al electorado para que votemos por él. No obstante, a la hora de los cuestionamientos sobre su propia cruz de corrupción, hizo mutis por el foro su sonrisa (y su discurso). Eso sí.

¿Dónde entra, en los tres candidatos, el neoliberalismo? Al parecer no demasiado ni en ningún lado, aunque por supuesto con esto no quiero decir que no haya un vínculo estructural entre ellos. Lo que está claro es que ninguno de los tres candidatos toca directamente al modelo económico neoliberal, centrando el diagnóstico más bien en cuestiones que se relacionan con la gestión de gobierno, más que en el sistema y el modelo político-económico mismo. Lamentablemente, es lo que hay, y con estos bueyes debemos arar –casi arañar– en el acto de hacer valer nuestro derecho ciudadano a decidir por el futuro de esta nación.

(Edición: Sergio Rodríguez Blanco)

(Las opiniones expresadas en las columnas son responsabilidad de sus autores y no representan, necesariamente, la línea editorial de Perro Crónico)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *